Alguien va al cine para aprender a hacer un plano contrapicado? ¿Tomamos apuntes mientras vemos la película? ¿Estamos obligados a hacer resúmenes de su contenido? Seguramente, si todo lo que acabo de decir ocurriera, un alto porcentaje de nosotros consideraría que ir al cine es un aburrimiento.
Pues bien, más de la mitad de los adolescentes actuales considera que leer es un aburrimiento, y la culpa (me temo), es de los adultos.
Esos adultos que insisten en que hay que leer para a) adquirir vocabulario; b) ser mejores en los estudios; c) ser mejores personas; d) otras razones pintorescas. Todos esos adultos controladores que imponen libros (con preocupante tendencia a sus propios gustos lectores de mil años atrás), arrugan la nariz si ellos pretenden leer algo por su cuenta o les obligan a un rato de lectura diaria. Los mismos adultos que no tienen tiempo de leer ni de contagiar la pasión por los libros, se quejan de que sus hijos no lean. No me cuento entre ellos, por cierto.
En realidad, la cosa no es así. Leer hace feliz, en primer lugar. Ese debería ser el argumento más aplastante. ¿Para qué vamos al cine? Para ser felices, para emocionarnos, para pasar un buen rato. Las mismas razones son válidas cuando tomamos un libro. En los libros -me gusta a mí decirles a los chavales-, está todo. Lo que sus padres quieren que aprendan y lo que no. Todo aquello que necesitan saber para entenderse. A veces no es fácil dar con el libro adecuado. Por eso se necesitan (buenos) mediadores. Tenemos muchos. Profesores y bibliotecarios que lo han entendido, que hacen un gran trabajo. Qué haríamos sin ellos.
También necesitamos tiempo. Un rato al día, en el aula, para leer. Leer va contra el mundo que hemos inventado. En un mundo lleno de ruido, leer reclama silencio. Qué alegría ir contra el mundo. Y con qué ganas lo harán ellos, cuando lo sepan.
Abrir un libro
En un poema precioso dedicado a la biblioteca pública de Los Ángeles y titulado El incendio de un sueño, Charles Bukowski contó cómo leer evitó que se convirtiera en "un suicida, un ladrón o un tipo que maltrata a su mujer". Le secundó, años más tarde, el editor Walter Edison, que creció en un entorno violento y solía refugiarse en una biblioteca. Al abrir un libro, escribe, "podía imaginarme fuera de aquel lugar". Eso es. Leer salva.
PERMÍTANME
en el umbral del día del Libro dedicarle hoy un panegírico al lector. A usted. A aquel que lee "para disfrutar, disfrutar, disfrutar", como afirma el novelista Andrés Barba. A aquellos que, como Pilar Adón, editora, poeta, traductora, confiesa que "lee para disfrutar, aprender y evadirse, lo que no evita la reflexión".
En todo caso, como se reconoce Inma Chacón, también poeta y narradora, a aquellos que leen "para hacerse preguntas, para intentar contestarlas y para dejar algunas sin resolver, para buscarlas en otras lecturas". Como si fuera un círculo que se cierra, el "postpoeta" Agustín Fernández Mallo suele manifestar que solo hay una manera de acercarse a ese ejercicio singular de encarnarse en personajes literarios, protagonistas de la historia y olvidados del periodismo: "Leer por el placer de leer. No hay más.Lo que se derive de ahí ya tiene que ver exclusivamente con los gustos, carácter, estado de ánimo y cultura de cada lector". Lo dice también, más o menos aproximadamente, Juan Gómez-Jurado, un autor que domina las redes sociales y el diálogo con los lectores: "Leer para pasarlo bien, ¡siempre! La vida tiene que ser divertida". O igualmente el reflexivo Use Lahoz: "Leer para... divertirse, pensar, sorprenderse, y habitar mundos mucho más interesantes y fascinantes que el nuestro. Y, además, sale barato".
En definitiva, como dicen Luisgé Martín y José Luis Rodríguez del Corral, "leer para todo". Leer, sin duda, también es una actitud, una disposición ante el mundo: saber que, cuando abres una novela, cualquier libro, te puede ocurrir cualquier cosa.
Lo apunta Javier Moro: "Creo que hay que leer para distraerse, para divertirse, para aprender, para retrasar la llegada del Alzheimer y las demencias seniles y, sobre todo, para soñar, para vivir una doble vida, para abstraerse de lo cotidiano y viajar por otros mundos a la sombra de algarrobo o de un toldo en la playa.
Y también para reflexionar sobre la prima de riesgo y esas cosas tan arduas y deprimentes, para intentar entender las razones de nuestro desastre nacional y, sobre todo, para relativizar nuestra situación en la Historia". El gran C. S. Lewis -hoy condenado al ostracismo de Narnia- pensaba que "preguntarse por qué leer es como preguntarse por qué escuchar". Quizás sea, por tanto, una columna en vano. O igual no.
En todo caso, como se reconoce Inma Chacón, también poeta y narradora, a aquellos que leen "para hacerse preguntas, para intentar contestarlas y para dejar algunas sin resolver, para buscarlas en otras lecturas". Como si fuera un círculo que se cierra, el "postpoeta" Agustín Fernández Mallo suele manifestar que solo hay una manera de acercarse a ese ejercicio singular de encarnarse en personajes literarios, protagonistas de la historia y olvidados del periodismo: "Leer por el placer de leer. No hay más.Lo que se derive de ahí ya tiene que ver exclusivamente con los gustos, carácter, estado de ánimo y cultura de cada lector". Lo dice también, más o menos aproximadamente, Juan Gómez-Jurado, un autor que domina las redes sociales y el diálogo con los lectores: "Leer para pasarlo bien, ¡siempre! La vida tiene que ser divertida". O igualmente el reflexivo Use Lahoz: "Leer para... divertirse, pensar, sorprenderse, y habitar mundos mucho más interesantes y fascinantes que el nuestro. Y, además, sale barato".
En definitiva, como dicen Luisgé Martín y José Luis Rodríguez del Corral, "leer para todo". Leer, sin duda, también es una actitud, una disposición ante el mundo: saber que, cuando abres una novela, cualquier libro, te puede ocurrir cualquier cosa.
Lo apunta Javier Moro: "Creo que hay que leer para distraerse, para divertirse, para aprender, para retrasar la llegada del Alzheimer y las demencias seniles y, sobre todo, para soñar, para vivir una doble vida, para abstraerse de lo cotidiano y viajar por otros mundos a la sombra de algarrobo o de un toldo en la playa.
Y también para reflexionar sobre la prima de riesgo y esas cosas tan arduas y deprimentes, para intentar entender las razones de nuestro desastre nacional y, sobre todo, para relativizar nuestra situación en la Historia". El gran C. S. Lewis -hoy condenado al ostracismo de Narnia- pensaba que "preguntarse por qué leer es como preguntarse por qué escuchar". Quizás sea, por tanto, una columna en vano. O igual no.
Un viajero vocacional, por la geografía europea y por la literatura universal, como José Ovejero ahonda en el equilibro entre la evasión y la reflexión, pero está contra la "dictadura del entretenimiento": "La literatura, como la filosofía o la economía -afirma-, no tiene por qué ser entretenida, no es esa su máxima aspiración. Otra de sus funciones es precisamente despertarnos, sacudirnos, hacernos reflexionar, poner en tela de juicio nuestros valores y nuestras creencias, obligarnos a revisarlos".
La literatura también es incomodidad. "A mí me gustan los libros que, después de haberlos leídos -admite la narradora Marta Sanz-, me dan la impresión de que veo mejor. Me gustan los libros que de un modo u otro me dejan tocada". Que es, más o menos, lo mismo que señala el prolífico Antonio Gómez Rufo: "Leer siempre para reflexionar. Y si, de paso, distraen de los dramas cotidianos, mejor". En cualquier caso, el poeta y novelista Manuel Vilas lo dice rotundamente: "Leer para vivir. Si lees, estás más vivo".
¿Leer qué? Leer, en cierto modo, el mundo. Y el mundo lo escriben novelistas, poetas y filosófos. Historiadores, investigadores, ensayistas. Todos aquellos que, como decía el recién desaparecido Eduardo Galeano, han trascendido, han superado, han mejorado el silencio con sus libros. Esos, todos esos libros, solo esos libros, son los que merecen leerse.
En torno a "este tiempo de cataclismos", como lo define Juan Eslava Galán, hay que leer, entre tanta y tanta oferta, lo que está también más cerca. Leer a José Antonio Ureba, a Jesús Romero Aragón, a Antonio Estrada, a Miguel Ángel García Argüez, a Quino García Contreras, a José Luis Aragón Panés, a Guillermo Alonso del Real, a Tomás Gutiérrez, a Jesús Romero Montalbán, a Domingo Galán, a Paco Montiel, a Francisco Javier Yeste… a Pedro A. Quiñones Grimaldi, que la próxima semana publica su "A orillas del Iro" (Navarro Editorial), un peculiar recorrido cronológico y onomástico sobre personajes y capítulos extraordinarios de la historia de Chiclana.
A Anate Rivera y su reciente novela de misterio, humor y erotismo poético que ha titulado "A mí me parece un sueño" (Editorial Círculo Rojo). Y a tantos otros autores chiclaneros que me dejo atrás. Los que fueron y los que serán. Escritores todos que van de lo concreto a lo global, según ese dicho tan instaurado gracias, entre otros tantos, a Jorge Luis Borges: "Para llegar a lo universal, hay que escribir de lo local". Y leerlos, como sentencia José Carlos Somoza, "para ser más felices".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario